A los cinco años, los médicos dijeron que Elías Adam López Sequeira nunca podría practicar deporte: tenía genu varum (piernas arqueadas), pies planos y dismetría en sus extremidades. Sin embargo, gracias a la fe inquebrantable y las oraciones de su madre, Migdalia Sequeira, Elías superó cada diagnóstico y desafió todo pronóstico médico.
«Dios hizo el milagro creativo en Elías, el médico decía que usaría zapatos ortopédicos con varillas por tres años y solo las usó seis meses», recuerda con gozo su progenitora.
Hoy, a sus 17 años, es campeón nacional en la categoría -78 kg, por tres años consecutivos, miembro destacado de la Selección Nacional Juvenil de Taekwondo de Nicaragua y reciente medallista de oro en la Copa Panamericana Kukkiwon 2025, celebrada en Perú.
Este triunfo le abrió las puertas a competir en la Copa Presidente —también en Perú— en septiembre próximo, evento que otorga valiosos puntos para el ranking mundial.
Foto: Juan Membreño/ Gráficos Deportivos.
Como el ajedrez
Elías comenzó su camino en el taekwondo a los 12 años, inspirado por íconos del cine como Bruce Lee y la saga de Karate Kid. Su primera pelea oficial la disputó a los 13, enfrentándose a rivales de mayor edad y logrando la victoria, lo que encendió su pasión por este deporte.
Desde entonces, entrena seis días a la semana, combinando preparación física, técnica y estratégica: para él, el taekwondo es como un ajedrez, donde cada movimiento debe pensarse con precisión y con planes de respaldo.
Foto: Juan Membreño/ Gráficos Deportivos.
Además de acumular títulos nacionales durante tres años consecutivos, ha competido en Costa Rica, Honduras, México, Corea del Sur y próximamente viajará a campamentos de entrenamiento en Miami y España, todo con un gran objetivo en mente: clasificar y participar en unos Juegos Olímpicos.
Foto: Juan Membreño/ Gráficos Deportivos.
Fuera del tatami
Fuera del tatami, Elías cursa su último año de secundaria, sueña con estudiar ingeniería aeronáutica o marketing, colabora en proyectos para construir viviendas a personas de escasos recursos y recibe clases de batería para servir en su iglesia, donde fortalece su fe, la misma que le dio la oportunidad de desafiar la ciencia y alcanzar sus sueños.
«Ser bueno se demuestra en el tatami, con resultados. Las medallas cuestan, pero siempre trato de volver con una, aunque sea de bronce», asegura convencido de que la disciplina, la fe y la pasión lo seguirán llevando cada vez más alto.